martes, 15 de mayo de 2012

Marc Fumaroli "El Estado Cultural"


La obra narra el extraño destino de un ámbito, el de la cultura, que sirvió al gaullismo para compensar la agraviada grandeza de Francia y al socialismo para gratificar una ideología derrotada.



Título: El Estado cultural (ensayo sobre una religión moderna)
Autor: Marc Fumaroli
Traducción: Eduardo Gil Bera
Editorial: Acantilado
Lugar y fecha: Barcelona, 2007

Miembro de la Academia francesa y profesor del Collège de France, Marc Fumaroli se reveló en 1991 como un polemista brillante y provocador al publicar El Estado cultural, una indagación histórica de las raíces de la moderna política cultural francesa. La obra, que suscitó encendidos debates, narra el extraño destino de un ámbito, el de la cultura, que sirvió al gaullismo para compensar la agraviada grandeza de Francia y al socialismo para gratificar una ideología derrotada. Con una prosa en la que se respira la herencia de Montaigne y Bossuet, entre la erudición jovial y la polémica admonitoria, Fumaroli advierte en El Estado cultural de los nefastos resultados de una política cultural invasiva e ideologizante. Teniendo en cuenta su importancia en la política cultural europea, el presente libro adquiere una extraordinaria actualidad y vigencia.

Marc Fumaroli (Marsella, 1932). Catedrático de la Sorbona y del Collège de France, ha dedicado gran parte de su carrera al estudio de la retórica y de la literatura francesa. Fruto de este trabajo son, entre otros, sus libros L’Âge de l’éloquence (1980), La Diplomatie de l’esprit (2001), L’École du silence (1994), Chateaubriand. Poésie et Terreur (2004) y Exercices de lecture de Rabelais à Paul Valéry (2006). Ha recibido numerosos premios, entre los que se destacan el premio Monseigneur Marcel de la Academia Francesa, el Balzan, y, en el año 2004, el premio Combourg. A partir de la publicación de El Estado Cultural (1991), Fumaroli se ha colocado en el centro del debate sobre la política cultural europea.

De la reseña del escritor, ensayista y crítico Juan Malpartida para el ABCD las Artes y las Letras (16-2007), titulada El valor de la memoria, hemos seleccionado los siguientes párrafos:

El Estado cultural fue publicado en 1991 en Francia, y aunque algunas de sus páginas tienen fecha, sus análisis históricos y su actitud crítica siguen teniendo actualidad. Y no sólo para los franceses; también para los españoles, que, además de un Estado que trivializa la cultura desposeyéndola de su historia y de su relación translingüística, tenemos el Estado de las Autonomías, donde la cultura y la educación son tareas centrales de sus gobiernos como herramientas ideológicas al servicio de una mónada provincial o identitaria. El meollo del análisis de Fumaroli es la formación del Estado cultural francés, especialmente en la V República (desde 1958 hasta hoy), y que tiene por figura central al controvertido Malraux, creador del Ministerio de Cultura, y, en el momento en que escribe, al mucho menos interesante Jack Lang. Su crítica liberal está lejos de ser un laissez faire meramente economicista; de hecho, Fumaroli es un denodado luchador contra cierta frivolidad del positivismo, por eso cree en la educación como memoria. Ni ignora que la iniciativa privada también se constituye en grupos de poder con todos los viejos vicios estatales. La idea liberal es la del equilibrio entre igualdad y libertad, y Fumaroli critica de la política francesa la disminución de la libertad en un igualitarismo que está lejos de ennoblecer a nadie.

Otro de sus objetivos es desenmascarar la cultura de la distracción, unida a la ansiedad de los gobiernos por satisfacer los ocios de los ciudadanos en detrimento de la cultura de la intensidad y la morosidad. El Estado desconfía de las fiestas populares no dirigidas, de la iniciativa no organizada, y por ello articula una idea de la cultura como consumo. (Nosotros tenemos como recientes ejemplos los delirios del V Centenario de El Quijote y el medio siglo de Cien años de soledad para darnos cuenta de que, amparado en indiscutibles realidades culturales, el Estado convierte en feria colectiva y simulacro cultural lo que pocos pueden vivir en intimidad, mientras en la educación secundaria y universitaria la lectura brilla por su ausencia.)

Fumaroli defiende la noción de obra (libros, cuadros) frente a la invasión de «acciones», «lugares», «espacios» y su corolario de estadísticas de visitas. Censura la improvisación, el despilfarro, la funcionarización y el clientelismo de las artes y las letras. Al sospechar de la tradición del intelectual (figura a la que opone la del estudioso, menos pretenciosa pero más real culturalmente hablando, según él), Fumaroli hace la crítica de cierto terrorismo, de Breton a Sartre, pasando por Brecht y Barthes, negadores, en nombre de la Historia, de los «lugares comunes», que identifican con productos de la burguesía. Fumaroli, como Borges, defiende esos lugares comunes (el amor, los celos, la muerte, la libertad, la verdad, la felicidad) porque son «la materia misma de esa jurisprudencia de la vida humana que es la literatura desde Homero y Sófocles». Libro polémico, lo es por su grado de información y su valiente inteligencia.

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