lunes, 12 de marzo de 2012

Responsabilidad con la comunidad



“El esfuerzo y el ánimo”
Ballet de Maurice Béjart / Lausanne

Al abordar el primer tema propuesto, es decir, el arte en la educación y como contenido educativo  de la educación social, lo primero que me ha sugerido es el recordatorio de la lectura del libro del Equipo Norai, La inquietud al servicio de la educación, en el que se hacen reflexiones sobre el trabajo con niños en Centros de Acogida. El mencionado equipo reflexiona sobre la actitud que adoptan los niños cuando manifiestan predilección por alguna actividad en concreto. Los niños, entre ellos, se aconsejan cautela al manifestar inquietudes, pues saben que los educadores, inmediatamente, les apuntan a actividades extraescolares relacionadas con lo primero que muestran interés.
En este sentido, los contenidos  educativos son percibidos de forma negativa y asociados a interés/mandato. Tal y como nos proponen en este libro, la oferta educativa debe iniciarse en el propio interés que el educador demuestra en la misma. Es decir, “en la medida que el educador se interesa por algo es capaz de suscitar ese interés” (Equipo Norai, 2007). Por lo tanto, ahí estaría la primera premisa para conseguir que alguien quiera aprender, esto es,  querer aprender, y ese deseo surgirá tanto del contexto que le facilita el entorno como de él mismo. Si el educador es capaz de crear el entorno adecuado, facilitador de la aparición de un interés del educando por unos contenidos adecuados a sus particularidades, un primer paso estará dado.
El arte, como contenido educativo, puede constituir una fuente tanto de enriquecimiento personal como de enriquecimiento cultural, social, creativo, de conocimientos abstractos, que refuerzan la personalidad del individuo a nivel individual y social.
Sin embargo, la belleza y la excelencia forman parte de un proceso creativo que requiere de tiempo y esfuerzo. Habitualmente, cuando disfrutamos de una obra de arte, cualquiera que sea, sólo percibimos el resultado final y muy probablemente la mayoría no somos capaces de valorar el esfuerzo y sacrificio que ha comportado su creación. Tal vez, ahí resida su esplendor, el proceso que ha llevado al creador a significarse con una identidad propia.
Todas las personas no tienen la intención de llevar a cabo ese sacrificio, sin embargo, la tarea del educador debe ser la de crear contextos que faciliten la apertura del educando hacia caminos que lo promocionen tanto social como culturalmente. Esta promoción forma parte de la adquisición de un legado que le es entregado como herencia y a la vez como responsabilidad. El saberse portador de estas dos encomiendas, otorga un lugar al sujeto de la educación. Lugar, cuya ocupación conllevará siempre una cierta violencia. Esta violencia debe ser entendida como la renuncia que el sujeto hace de lo fue para pasar a ser otra persona. No hay aprendizaje sin renuncia.
Por otro lado, no se puede dejar de reconocer que, todo aprendizaje forma parte de un proceso de repetición que resulta agotador e incluso un tanto alienante. Comprender que conocer el legado, que se nos entrega, forma parte de ese proceso de repetición para lograr su adquisición, es comprender así mismo que es tan sólo a partir de su pleno conocimiento cuando somos capaces de crear algo nuevo y valedero; de innovar, de perfeccionar, de significarnos con identidad propia.
La idea de ser portadores de un legado nos remite, igualmente, a la idea de que ese legado es común a una comunidad, incluso en muchos casos es un legado universal compartido por toda la humanidad. Como miembros de una comunidad, los individuos nos sentimos ligados a ella, en cuanto que sujetos que comparten, con la misma, una cultura e identidad distintiva, dentro de la cual nacemos y a la que nos ligamos desde el momento de nuestro nacimiento. Nuestra identidad tanto individual como social se desarrolla en comunidad, por lo que ser merecedores de ese legado que se nos da, es reconocer el esfuerzo que la comunidad pone en crear un fuerte vínculo entre sus miembros.
La creación artística, en el caso de Lausanne, forma parte de la identidad de la ciudad, así como la responsabilidad de sus ciudadanos, unos como actores directos y  otros como portadores financieros y de apoyo anímico. Si bien, por un lado los segundos crean el contexto y entorno que permite ese desarrollo artístico, los primeros ponen su esfuerzo y ánimo para lograr que el prestigio de la ciudad vaya en alza, logrando que las aportaciones económicas sean rentables. En definitiva, es rendir cuentas a la comunidad sobre la inversión que ha hecho en los individuos.
La danza como uno de los rasgos culturales identificativos de la ciudad, se convierte en elemento central de la misma y motor de su proyección internacional. Por lo tanto, si entendemos la cultura como “la manifestación de la diversidad de los grupos humanos y de sus particularidades, de las identidades colectivas, como los estilos y maneras de hacer de las distintas sociedades humanas” (Marí, 2007), cada una de sus manifestaciones supondría para la comunidad, la representación cultural de su identidad colectiva y particular. En este sentido, la ligazón de los individuos con su comunidad es ineludible, sin embargo, el proceso educativo que lleva a cabo cada sujeto no puede ser entendido de forma colectiva sino individual. Es un proceso en el cual, el sujeto debe estar dispuesto a impregnarse en mayor o menor medida de aquello que se le ofrece (Equipo Norai, 2007) y para ello es necesario que esté dispuesto a realizar un esfuerzo, a poner atención y sobre todo a responsabilizarse en la tarea que le ocupa. En este proceso, el individuo debe estar acompañado, no se le puede dejar sólo en esta labor, sino que el educador debe proporcionar unos contenidos culturales capaces de suscitar el interés del educando. Contenidos adecuados a sus particularidades, sin que se salgan de aquellos que le ayuden a promocionar social y culturalmente, así como los que estén adaptados a su edad y al momento histórico que le toca vivir. Estos contenidos deben ser, igualmente, valiosos para la sociedad, puesto que no podemos olvidar que es dentro de ésta, dónde nuestro desarrollo se lleva a cabo y a la que debemos restituir algo de aquello que nos ha dado. No se puede, así mismo, olvidar  que cada sujeto necesita de un tiempo indeterminado, que le permita adquirir los conocimientos deseados así como de un entorno facilitador de encuentros con la cultura y sus contenidos. Por lo tanto, el proceso educativo debe ser pensado como un proceso de individuación subjetiva, dentro del cual el sujeto es el que dice la última palabra, pero para el que este proceso siempre  supondrá un cambio, cambio que se busca sea siempre positivo.
De este modo, el educador no puede olvidar que la educación es paradójica en el sentido de que trabaja por y con unos objetivos que no se sabe si se van a cumplir, el educador debe trabajar con la incógnita de no saber qué quedará de lo que enseña (Equipo Norai, 2007).



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