lunes, 26 de marzo de 2012

La servilleta de Picasso

¿Por qué hemos pasado del hecho espiritual al hecho comercial?
   
La servilleta de Picasso. Publicado el 03 noviembre 2010 por Elzo
París principios del siglo XX, Pablo Picasso y su grupo de amigos conocidos como 'La bande à Picasso', se reúnen en un restaurante. Son los poetas Jean Cocteau, Guillaume Apolinaire, Max Jacob, André Salmon, los pintores "El aduanero Rousseau", Georges Braque y Juan Gris, artistas que vivían o frecuentaban Le Bateau-Lavoir, un hostal sin baño en el barrio de Montmartre que se convirtió en una comuna, cantera del arte moderno.


 
 
El arte como símbolo ha sido la representación y manifestación del mundo interior del hombre desde tiempos remotos. Estas manifestaciones que han dado origen a bellas expresiones artísticas, en muy diversas culturas, forma parte del patrimonio cultural de las comunidades y del patrimonio universal humano, igualmente. El arte nos habla de un mundo, de una concepción del mismo y de los cambios que éste va sufriendo a lo largo de su evolución. El ser humano, como ser capaz de tener pensamientos abstractos, puede devolver los mismos en formas muy distintas. Sus representaciones son individuales, pero por ese mismo hecho son sociales; porque lo individual está hecho de lo social. En este sentido, la vanguardia artística no es manifestación de un individuo, sino de un colectivo impregnado de unas mismas vivencias y de un mismo tiempo. El arte sale de lo común; la capacidad de su representación brota del trabajo y voluntad individual apoyada en sociedad.
Si algún poder tiene el arte, es precisamente el de producir cambios en lo simbólico, lo cual tiene consecuencias en lo real. Po ello, los vanguardistas pretendían cambiar el mundo a través del arte. Porque el arte nunca es inmovilista. Los cambios provocados por conflictos sociales han ido, siempre, de la mano del nacimiento de nuevos estilos artísticos. Por lo tanto, podríamos considerar que el arte no es más que el reflejo de un estado social. Desde este punto de vista, el poder sobre el arte no es ejercido nunca de una forma inocente. Porque la cultura y el arte son revolucionarios, quienes representan esta revolución son perseguidos por aquellos que ven en ellos una amenaza para su poder. La cultura y el arte precisan de creatividad, de capacidad de reflexión, de liderazgo, de un nivel intelectual que no se deja subyugar.
Como venimos diciendo, el arte y la cultura no son sino un examen de lo social. Si miramos por lo tanto nuestra cultura actual veremos cómo es nuestro mundo local y a la vez global. Desde los años ochenta, se viene comprobando cómo de la cultura de la excelencia se ha pasado a la cultura del consumo, al todo vale. Se ha pasado del hecho espiritual al hecho comercial. El artista se ha convertido en estrella. El arte se hace en función de las necesidades del mercado, de sus intereses. La cultura del pelotazo, ha transformado al nuevo rico, en aquel capaz de diferenciarse del resto, por la adquisición de obras de arte, lo cual a su vez le lleva a los periódicos; a ser reconocido públicamente.
El arte y la cultura está, en nuestros días, a expensas de los cambios políticos; ambos son usados como estrategia electoral. Los políticos reclaman recursos y cultura para su barrio o mejor dicho para sus votantes. En la mayoría de los casos, no importa cómo se construya esa cultura, se trata de hacer por hacer y con el menor coste posible. La postura capitalista, ensalza el aquí y ahora, el yo primero. Su visión es particularista y reclama la inmediatez.
Desde la perspectiva del educador social, la cultura y el arte son totalmente lo contrario. Su expresión no puede ser reducida a la demanda capitalista, ni reduccionista, es decir, exclusiva del poder.
La Educación Social pretende no reducir: la cultura a una cultura clásica y clasista; al ciudadano como mero receptor; establecer niveles culturales o clasificaciones que deriven en itinerarios prefijados; encerrarse en una mirada etnocéntrica y reduccionista del mundo. Po ello, el educador social trata de acometer proyectos que, desde la animación socio-cultural, fomenten la participación ciudadana. Participación que implica un trabajo educativo previo, el cual irá orientado a realizar un trabajo de forma colectiva orientado a intereses comunes, en el que todos se responsabilizan de su parte en el proyecto. Este trabajo es un proceso en el que se desarrolla la capacidad de escucha y de debate, en el que se aprende a negociar y a adquirir un compromiso. Todo ello conlleva procesos de enseñanza aprendizaje que fomentan el espíritu crítico y la reflexión, al tiempo que promueven los lazos sociales. El arte y la cultura  son vehículos que nos ayudan en este proceso y que ayudan a crear una identidad propia común. En este sentido, podemos, en la ciudad, concretar los mismos en el patrimonio, la biblioteca, la difusión de espectáculos, actividades fuera y dentro del municipio y el arte y los espectáculos como actividad educativa.
Cuando aprendemos arte, desarrollamos la capacidad de explorar lo común. Se abre la posibilidad de dar múltiples respuestas a un proyecto cuyo resultado es una incógnita. Planificamos, imaginamos y nos expresamos con originalidad, elaborando esa respuesta propia. Nos ayuda a centrarnos en una acción y proyectarnos en ella, con el empleo de tiempos pausados que ayudan a soportar la tensión y a aprender a esperar. De igual modo, se aprende una técnica y las normas que ella encierra, es decir su lenguaje y sus procedimientos. Finalmente, nos enseña a someter nuestro trabajo a la mirada del mundo y a crear una relación con el mismo.
Todo ciudadano merece tener la oportunidad de poder reflejar su mundo interior, expresión de lo común, sin que esto dependa de una visión mercantilista de la cultura y el arte, sino de una percepción que nos lleva a pensar más en lo humano que en lo material.

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