martes, 13 de marzo de 2012

Para aquellos que aún no han leído nada de Daniel Pennac, os envío una crítica sobre su libro "Mal de escuela", puede ser una buena opción para este verano

DANIEL PENNAC, Mal de escuela, Barcelona,
Editorial Mondadori, 2009, 256 páginas,
ISBN: 978-987-658-002-1.
María Celeste Felipe
Universidad Nacional de La Plata

El fenómeno del éxito y del fracaso escolar ha sido investigado dentro delcampo educativo, con el propósito de poder analizar y explicar sus causas. De esta manera, el fracaso ha sido generalmente asociado a variables socio-económicas o a desigualdades tomadas como diferencias naturales:
“En las investigaciones realizadas se observa que los docentes tienden a analizar el ÉXITO o el FRACASO escolar a partir de naturalizar algo absolutamente antinatural como son las diferencias que surgen de la apropiación diferenciada de un capital cultural. Se atribuye esta apropiación desigual una causa natural “no nació para el estudio” → El fracaso escolar se percibe como hereditario.” (Llomovatte, Kaplan, 2005)
Tal como lo analizan Inés Dussel y Myriam Southwell (2004)en un artículo de la Revista El Monitor, podemos encontrar dos perspectivas para analizar lo que sucede dentro de la escuela con los alumnos: una que plantea cierto “determinismo sociológico”, frente a lo cual los docentes no pueden hacer nada, debido al contexto desfavorable del cual provienen algunos sujetos y, otra, más idealista, que suele caer en el voluntarismo, que tiene una creencia un tanto utópica acerca de lo que puede hacer la educación frente a la realidad social de los alumnos.
Ante este fenómeno, Daniel Pennac, en su libro Mal de escuela, publicado en español nos propone poner el foco en los docentes, en los sentidos que ellos transmiten, desde una mirada simple y cotidiana, pero no por ello menos rica.
Luego de un cuarto de siglo como profesor de Lengua y Literatura en un liceo parisino, Daniel Pennac, deja este oficio para dedicarse a la escritura con mucho éxito y Mal de escuela es su último libro. El mismo está compuesto por seis capítulos dentro de los cuales hay distintos apartados que van hilando una historia detallada, desde una postura poco explorada, como es la de un profesor que vuelve su mirada hacia su rol como alumno, pésimo por cierto, “un zoquete”, tal como se califica, y que al tener mucha experiencia como profesor, le permite estar de los dos lados. En su relato va y viene por esos dos lugares para explorar los sentidos construidos y legitimados en el espacio escolar, fundamentalmente el sentido de fracaso, que abarca la ineptitud, la incomprensión, la desmotivación, el dolor de ser un mal estudiante, que lo atraviesa y persigue, la necesidad de “ajustar cuentas” con ese pasado, y su vida de profesor, como un amante de la enseñanza.
Este libro nos advierte con lucidez sobre la fuerte influencia que ejercen nuestros pensamientos, juicios y acciones como docentes en nuestras prácticas y en los educandos:
“…Y este discurso y estas prácticas se reproducen porque los docentes no son conscientes –sociológicamente- de las condiciones simbólicas de producción de sus juicios de valor. Más aún, las clasificaciones producidas son generadas por las prácticas educativas pero a su vez generan prácticas educativas…” (Llomovatte, Kaplan, 2005)
Este libro, a diferencia de las investigaciones académicas, es una obra literaria, que entremezcla recuerdos y anécdotas escolares, a través de una pequeña historia, singular, cotidiana, en la que se reflejan problemáticas educativas actuales, convocándonos a los docentes e interpelándonos a la reflexión permanente.
Es interesante cuando el autor plantea cómo frente a una situación de fracaso escolar, el adulto se aferra a las mentiras del niño, tratando de evadir un dolor o un problema, y en el caso del docente para no ver allí su propio fracaso profesional.
Pennac no escribe sobre la escuela que cambia en las sociedades que cambian, sino que analiza las permanencias de la misma, tales como las marcas que deja el fracaso en el alumno, los profesores y las familias, como un elemento para analizar la cultura escolar que siendo “un conjunto de normas que definen los saberes a enseñar y los comportamientos a inculcar, y un conjunto de prácticas que permiten la transmisión y la asimilación de dichos saberes y la incorporación de estos comportamientos” (Viñao Frago, 2002) constituye precisamente una amalgama entre cambios y permanencias.
Es allí donde, promediando la lectura, el autor nos habla sobre las representaciones que produce y reproduce la escuela hacia el interior y el exterior, tal como la fuerte estigmatización de la que son prisioneros los malos alumnos de los arrabales o barrios bajos, ayudada por los medios masivos de comunicación, proyectando en ellos la imagen de potenciales criminales.
Dentro del libro el fracaso escolar es visto y sentido de distintas maneras. Es claro que el fracaso no es un destino, sino una construcción, pero esto varía según los sujetos. Para la familia de Daniel, él estaba predestinado al fracaso, y esa sensación perdura en el tiempo para su madre y, en cambio, él confiesa que fueron algunos de sus profesores y un viejo amor, quienes lo ayudaron a salir de esa situación y a ver la posibilidad de progreso. Para ejemplificar esto hace una descripción magnífica acerca de la diferencia entre un adulto y un niño sobre la percepción del tiempo. Muchos de los adultos que rodeaban a Daniel en su adolescencia eran categóricos al pensarlo como destinado a no ser nada cuando planteaban imposible que alguien pueda cambiar radicalmente en poco tiempo:
“…Para el pequeño cada uno de esos años vale un milenio; para él, su futuro cabe por completo en los pocos días que se acercan. Hablarle del porvenir es pedirle que mida el infinito con un decímetro…El porvenir soy yo pero peor…Al escucharles no podía hacerme la menor representación del tiempo, sencillamente les creía: cretino para siempre jamás, siendo “jamás” y “siempre” las únicas unidades de medida que el orgullo herido propone al zoquete para sondear el tiempo” (Pennac, 2008:81).
Por demás impreciso hablar del futuro con los alumnos, por demás importante tener presencia allí mismo cuando se desarrolla la clase, en ese tiempo, a esa hora. De esta manera, nos advierte la doble cara de nuestro rol como docentes: la fuerte influencia que deja en el alumno para bien o para mal nuestra intervención y la necesidad de hacerlas objeto de reflexión, así como también la posibilidad que tenemos de cambiar y de mejorar nuestra tarea como docentes.
Hacia el final del libro, el autor hace un análisis inmejorable acerca del aprendizaje, y de la imagen sobrevalorada que tienen los docentes sobre “el alumno ideal” y de lo que pueden hacer ellos y la escuela para el futuro de los alumnos:
“La idea de que es posible enseñar sin dificultades se debe a una representación etérea del alumno. La prudencia pedagógica debería representarnos al zoquete como al alumno más normal: el que justifica plenamente la función de profesor puesto que debemos enseñárselo todo, comenzando por la necesidad misma de aprender.
Ahora bien, no es así. Desde la noche de los tiempos escolares, el alumno considerado normal es el alumno que menos resistencia opone a la enseñanza, el que nunca dudaría de nuestro saber y no pondría a prueba nuestra competencia, un alumno conquistado de antemano, dotado de una comprensión inmediata…un alumno que habría comprendido que el saber es la única solución: solución para la esclavitud en la que nos mantendría la ignorancia y único consuelo para nuestra ontológica soledad” (Pennac, 2008: 228).
Para finalizar, el libro no trata sobre la propuesta de nuevas prácticas, ni se basa en un cuestionamiento a las prácticas tradicionales como el dictado, los exámenes, etc., sino que plantea repensarlas desde otro lugar, advirtiendo sobre los sentidos que se construyen en las prácticas escolares, centrándolas en el reconocimiento del otro y sus posibilidades, fundamentalmente a través de la función del profesor, desde la consideración tanto de los buenos alumnos como de los malos, de la entrega y de la pasión que éste ponga en la enseñanza, dejándonos a los docentes, un mensaje de esperanza.
Al respecto, en el texto hay un capítulo en el que se analiza a algunos de los profesores que, a diferencia de la mayoría, lo reconocían en sus posibilidades y hacían más amena la contienda escolar diaria, y dice así:
“Armados con esa pasión, vinieron a buscarme al fondo de mi desaliento y sólo me soltaron una vez que tuve ambos pies sólidamente puestos en sus clases, que resultaron ser la antecámara de mi vida. No es que se interesaran por mí más que por los otros, no, tomaban en consideración tanto a sus buenos como a sus malos alumnos, y sabían reanimar en los segundos el deseo de comprender. Acompañaban paso a paso nuestros esfuerzos, se alegraban de nuestros progresos, no se impacientaban por nuestras lentitudes, nunca consideraban nuestros fracasos como una injuria personal y se mostraban con nosotros de una exigencia tanto más rigurosa cuanto estaba basada en la calidad, la constancia y la generosidad de su propio trabajo”(Pennac, 2008: 221).

Bibliografía
DUSSEL, I., SOUTHWELL, M., La escuela y la igualdad: Renovar la apuesta, Número 1, Revista El Monitor, Ministerio de Educación de la Nación, 2004.
LLOMOVATTE, S., KAPLAN, C., Desigualdad educativa. La naturaleza como pretexto. Editorial Novedades Educativas, 2005.
VIÑAO FRAGO, A., “Las culturas escolares”, en Sistemas educativos, culturas escolares y reformas. Continuidades y cambios, Madrid, Morata, 2002.

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