“El esfuerzo y el ánimo”
Ballet de Maurice Béjart / Lausanne
Al abordar el primer tema propuesto, es
decir, el arte en la educación y como contenido educativo de la educación
social, lo primero que me ha sugerido es el recordatorio de la lectura del
libro del Equipo Norai, La inquietud al servicio de la educación, en el que se
hacen reflexiones sobre el trabajo con niños en Centros de Acogida. El
mencionado equipo reflexiona sobre la actitud que adoptan los niños cuando
manifiestan predilección por alguna actividad en concreto. Los niños, entre
ellos, se aconsejan cautela al manifestar inquietudes, pues saben que los
educadores, inmediatamente, les apuntan a actividades extraescolares
relacionadas con lo primero que muestran interés.
En este sentido,
los contenidos educativos son percibidos de forma negativa y asociados a
interés/mandato. Tal y como nos proponen en este libro, la oferta educativa
debe iniciarse en el propio interés que el educador demuestra en la misma. Es
decir, “en la medida que el educador se interesa por algo es capaz de suscitar
ese interés” (Equipo Norai, 2007). Por lo tanto, ahí estaría la primera premisa
para conseguir que alguien quiera aprender, esto es, querer aprender, y ese deseo surgirá tanto del
contexto que le facilita el entorno como de él mismo. Si el educador es capaz
de crear el entorno adecuado, facilitador de la aparición de un interés del
educando por unos contenidos adecuados a sus particularidades, un primer paso
estará dado.
El arte, como contenido
educativo, puede constituir una fuente tanto de enriquecimiento personal como
de enriquecimiento cultural, social, creativo, de conocimientos abstractos, que
refuerzan la personalidad del individuo a nivel individual y social.
Sin embargo, la
belleza y la excelencia forman parte de un proceso creativo que requiere de
tiempo y esfuerzo. Habitualmente, cuando disfrutamos de una obra de arte,
cualquiera que sea, sólo percibimos el resultado final y muy probablemente la
mayoría no somos capaces de valorar el esfuerzo y sacrificio que ha comportado
su creación. Tal vez, ahí resida su esplendor, el proceso que ha llevado al
creador a significarse con una identidad propia.
Todas las personas
no tienen la intención de llevar a cabo ese sacrificio, sin embargo, la tarea
del educador debe ser la de crear contextos que faciliten la apertura del
educando hacia caminos que lo promocionen tanto social como culturalmente. Esta
promoción forma parte de la adquisición de un legado que le es entregado como
herencia y a la vez como responsabilidad. El saberse portador de estas dos
encomiendas, otorga un lugar al sujeto de la educación. Lugar, cuya ocupación
conllevará siempre una cierta violencia. Esta violencia debe ser entendida como
la renuncia que el sujeto hace de lo fue para pasar a ser otra persona. No hay
aprendizaje sin renuncia.
Por otro lado, no
se puede dejar de reconocer que, todo aprendizaje forma parte de un proceso de
repetición que resulta agotador e incluso un tanto alienante. Comprender que
conocer el legado, que se nos entrega, forma parte de ese proceso de repetición
para lograr su adquisición, es comprender así mismo que es tan sólo a partir de
su pleno conocimiento cuando somos capaces de crear algo nuevo y valedero; de
innovar, de perfeccionar, de significarnos con identidad propia.
La idea de ser
portadores de un legado nos remite, igualmente, a la idea de que ese legado es
común a una comunidad, incluso en muchos casos es un legado universal
compartido por toda la humanidad. Como miembros de una comunidad, los
individuos nos sentimos ligados a ella, en cuanto que sujetos que comparten,
con la misma, una cultura e identidad distintiva, dentro de la cual nacemos y a
la que nos ligamos desde el momento de nuestro nacimiento. Nuestra identidad
tanto individual como social se desarrolla en comunidad, por lo que ser
merecedores de ese legado que se nos da, es reconocer el esfuerzo que la
comunidad pone en crear un fuerte vínculo entre sus miembros.
La creación
artística, en el caso de Lausanne, forma parte de la identidad de la ciudad,
así como la responsabilidad de sus ciudadanos, unos como actores directos
y otros como portadores financieros y de apoyo anímico. Si bien, por un
lado los segundos crean el contexto y entorno que permite ese desarrollo artístico,
los primeros ponen su esfuerzo y ánimo para lograr que el prestigio de la
ciudad vaya en alza, logrando que las aportaciones económicas sean rentables.
En definitiva, es rendir cuentas a la comunidad sobre la inversión que ha hecho
en los individuos.
La danza como uno
de los rasgos culturales identificativos de la ciudad, se convierte en elemento
central de la misma y motor de su proyección internacional. Por lo tanto, si
entendemos la cultura como “la manifestación de la diversidad de los grupos humanos
y de sus particularidades, de las identidades colectivas, como los estilos y
maneras de hacer de las distintas sociedades humanas” (Marí, 2007), cada una de
sus manifestaciones supondría para la comunidad, la representación cultural de
su identidad colectiva y particular. En este sentido, la ligazón de los
individuos con su comunidad es ineludible, sin embargo, el proceso educativo
que lleva a cabo cada sujeto no puede ser entendido de forma colectiva sino
individual. Es un proceso en el cual, el sujeto debe estar dispuesto a
impregnarse en mayor o menor medida de aquello que se le ofrece (Equipo Norai,
2007) y para ello es necesario que esté dispuesto a realizar un esfuerzo, a
poner atención y sobre todo a responsabilizarse en la tarea que le ocupa. En
este proceso, el individuo debe estar acompañado, no se le puede dejar sólo en
esta labor, sino que el educador debe proporcionar unos contenidos culturales
capaces de suscitar el interés del educando. Contenidos adecuados a sus
particularidades, sin que se salgan de aquellos que le ayuden a promocionar
social y culturalmente, así como los que estén adaptados a su edad y al momento
histórico que le toca vivir. Estos contenidos deben ser, igualmente, valiosos
para la sociedad, puesto que no podemos olvidar que es dentro de ésta, dónde
nuestro desarrollo se lleva a cabo y a la que debemos restituir algo de aquello
que nos ha dado. No se puede, así mismo, olvidar que cada sujeto necesita
de un tiempo indeterminado, que le permita adquirir los conocimientos deseados
así como de un entorno facilitador de encuentros con la cultura y sus
contenidos. Por lo tanto, el proceso educativo debe ser pensado como un proceso
de individuación subjetiva, dentro del cual el sujeto es el que dice la última
palabra, pero para el que este proceso siempre supondrá un cambio, cambio
que se busca sea siempre positivo.
De este modo, el
educador no puede olvidar que la educación es paradójica en el sentido de que
trabaja por y con unos objetivos que no se sabe si se van a cumplir, el
educador debe trabajar con la incógnita de no saber qué quedará de lo que
enseña (Equipo Norai, 2007).
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